lunes, 23 de marzo de 2009

¡Eh! Dame un euro

El pasado sábado salí por ahí con unos colegas y quedó claro que los estereotipos son, en muchos casos, equivocados.

Para ir al grano diré que salimos por una zona por la que la gente "normal" no sale. Con normal me refiero a la mayoría (ya que hablamos de estereotipos...). Solemos ser chavales bastante pacíficos, aunque las pintas de algunos de nosotros parezcan indicar algo contrario y aunque el estilo de música que escuchamos (o se supone por vestir así e ir por esa zona) trate en muchos casos sexo, drogas, actualidad, política y muchos otros temas que no conocería una persona que sólo escuche pop español y reggaetton, aunque he de decir que de los primeros se salvan pocos.

Bueno, el caso es que nos lo estábamos pasando bastante bien. Fuimos a cenar. Estuvimos en un bar en el cual hay una sala de beber en la que está prohibido fumar. Para sorpresa de muchos, ninguno de nosotros fumábamos ese día y no fumamos habitualmente, al menos que yo sepa. Sin embargo una chavala de unos 16 años de una mesa cerca de la nuestra, con ropa de gala para ir a bailar a la otra zona se encendió un cigarrillo con el consecuente aviso del dueño. Nos lo pasamos muy bien, muy divertido todo, y casi sin beber, pues llenaba más que emborrachaba y decidimos cambiar de lugar. Fuimos a un local de esos que da "miedo" entrar. Allí jugamos unos futbolines y nos dejamos ganar (JÁ) por una parejita más veterana y nos lo pasamos bien. Muy majos y tal, comunicativos y eso. Entonces, sin más demora, decidimos tirar para la zona "guay" donde todo es baile y alegría.

Por el camino, mientras nosotros hablábamos sobre una abeja de metal y un maestro pervertido, escuchamos la voz de un joven que nos llamaba con cierta irregularidad en su tono:
-¡Eh! - Se trataba de un pequeño y rechoncho ser de cara redonda con rizos dorados. Llevaba puesto un abrigo de plumas que te hacen aparentar una bola. Tenía una edad de 16 años.
Todos continuaron andando como pasando del tema porque veían que tenía un poco de alcohol en las venas. Alguno se paró conmigo, poco a poco, y tomando iniciativa, pregunté:
-Di, ¿qué pasa?
-¿Me podéis hacer un favor?
-No te vamos a dar dinero.- Dice uno.
-¿Cuál?- Continúo.
-Dadme un euro.
-No, lo siento.
-En serio, dadme un euro que lo necesito para coger un taxi.
-Si para coger un taxi necesitas 6 euros mínimo.
-Ya, es que tengo algo y me falta un euro.
-Pues coge un bus. [...] Hasta luego.
Continuamos a paso lento intentando dejar atrás al pequeño ser:
-¡Eh! ¡Melenas! Dame un euro.
-Que no.
-Espera, dame un euro.- Se pone a la par que yo.
-No te doy nada, venga, hasta luego. -Levanto la mano de forma despectiva pero no amenazante. Tipo, "vete a tomar por saco".
-A mí no me levantes la mano, dame un euro, ¿qué quieres pelea?
-No. Quiero que me dejes.- Mientras intenta intimidarme acercándose peligrosamente cual cochino en celo por la espalda, yo me meto entre mis colegas haciendo zigzag como para dar esquinazo a tan pesado transeunte.
-Si quieres pelea, nos vamos allí y nos pegamos ¿eh?- Señalaba a no sé dónde. Yo en este punto me pregunté por qué cojones teníamos que movernos del sitio si ya estábamos en la calle. Supongo que lo había visto en las pelis de cinematrix.
-Somos 6 y tú 1. Y más pequeño.
-A ver si voy a llamar yo también a mis amigos.

En fin, así, chillando por la calle, mientras mis colegas le paraban sus técnicas mortales de puños cerrados hacia mí y moches con cabeza, yo seguía intentando esquivarle para no darnos de hostias. Al igual que yo, unos cuantos le dijeron que se fuera pero nos siguió hasta un bar.
Cuando llegamos, el entró por otra puerta y se quedó mirando. Nos fuimos de allí, con pensamiento de ir a un bar de los "guays" para que no le dejaran entrar. Aquí abandonó su persecución.

Es decir, antes de llegar a ningún bar, pero ya en la zona, habíamos sido víctimas de intento de robo a manos de un niño desarmado...

Interesante. Lo mejor de todo, es que cosas así te las encuentras constantemente en la zona "guay". Peleas de gallos que se juegan hembras muy bien vestidas o, en algunos casos, sin vestir; zonas de peligro constante como las famosas "esquiva mi cigarro" u otra versión más pringosa en la cual el individuo escupe sin mirar dónde; también hay zonas donde se dan empujanes a posta, sin ningún tipo de escrúpulo; miradas de todo tipo (más que nada de extrañeza y asco) o preguntas que confirman su amor por el pelo corto... También hay individuos que fuman y se absorben mocos y otras cosas en cantidad, pero eso, como no se ve...

Recuerdo cuando hace unos años, comíamos cerca de la cervecería de la calle "oscura", en unas escaleras, y la gente te decía "¡que aproveche!" al pasar. La calle donde si vas en son de paz no hay peligro alguno. El lugar donde la gente no mira si tienes el pelo peinado o despeinado, ropa de marca o zapatos, chupa o chaqueta de chandal para relacionarse contigo. Me gusta esa zona porque, a diferencia de lo que se acepta comúnmente en la sociedad como idea inmutable, es un lugar en el que yo he estado mucho tiempo y puedo decir que en parte allí comprendí que lo importante de salir es pasárselo bien y no el ser como los demás para lograr su reconocimiento. Aprendí a no temer el qué dirán y que se es más persona cuando conoces más cosas y cuando te rodeas de más diversidad. Es por eso que tampoco creo que deje de ir a la zona donde las flores crecen y los pájaros cantan. Pero estoy seguro de que estaré más cómodo donde todos somos unos "pelos sucio", "ladrones potenciales de carteras", "portadores de navajas", "satánicos", "alborotadores" y "frikis" de mierda puesto que hay "mucho menos respeto y tolerancia" que en el lugar a donde todos van de fiesta.

Además, aquí, podemos tirar ondas vitales o rayos por cualquier orificio del cuerpo como dioses de la muerte, hacer el elefante, tirarnos todo lo que se mueva como el maestro mutenroy, coger un tesssoro con la boca porque nosss han cortado los brazossss, 4 y 1... ¡MANDATO!, sujetar toneladas de peso mientras volamos como goku y, no hartos con todo esto, empezar siendo la abeja Maya y terminar digievolucionando en una especie de abeja metálica de 20 toneladas y decir, con orgullo y satisfacción:

-¡EH! ¡QUE SOY DE METAL!

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