Suele suceder así: cuando se dispersa el humo de la pólvora, surgen voces acusadoras. Y suelen apuntar en la misma dirección: los videojuegos, la música heavy, los juegos de rol. Años llevo escuchándolas lamentarse de que los jóvenes estén tan nefastamente influenciados por estos tres jinetes del Apocalipsis. Para estas voces no hay peor combinación que el Counter Strike, Judas Priest y Dragones y Mazmorras. Pues bien, a ellos les digo: yo fui uno de ellos. Jugué (y juego) a videojuegos, escuché (y escucho) heavy metal y jugué (y aún juego) a rol. Tengo 36 años. Y estoy cansado de que cada vez que uno de estos pequeños sociópatas organiza una cacería en un instituto resurjan las voces acusadoras. Eso sí, los padres que guardan las Berettas al alcance de sus niños y suficiente munición como para comenzar una guerra, esos que han pasado de puntillas los últimos 15 años en la vida de sus hijos, esos no tienen la culpa de nada. Porque no escuchan a Judas Priest, claro está.
Número 1119 Del 5 al 11 de Abril de 2009
Correo electrónico de Santiago Torres Fernández
Bueno, creo que no hace falta decir nada más. Sólo un comentario que quiero hacer aprovechando cierto matiz que he entendido en el texto sobre sociópatas que entran en institutos a matar a sus compañeros.
Igual que llegó la hamburguesa, el country con mujeres rubias y grandes pechos limpiando el coche y muchas otras cosas provenientes de EEUU más buenas o más malas, llegará el día en que todos llevemos armas. Lo malo es que cada vez que se aplica la cultura de un pueblo a otro saltándose las barreras como si fuera algo aplicable a todo como una fórmula física demostrada no se tiene nunca en cuenta que la conciencia de un pueblo y otro no es la misma, y tampoco se acogerá del mismo modo. Igual es lo bueno, que no seremos igual que ellos. Todo depende, como ya digo, de nuestra concienciación de qué es bueno y qué malo para nosotros.